2/9/10

(Manuel) En la jungla

Avanza rápido. Siente que alguien lo sigue. No sabe que o quien, pero está ahí, es algo tangible. Puede hasta casi olerlo. Pero no se atreve a voltear. Llega al refugio y se acuesta, solo. No tiene compañia. Ni siquiera antes de dormir mira atras.
Despierta. Otra vez tuvo sueños intranquilos. La maldita presencia sigue ahí. Pero la olvida. Se esfuerza por borrarla. La ignora, se esfuerza por ignorarla. Sale. Busca su arma y sale a cazar. Encuentra animales, vida y comida. Los persigue. Y la presencia. Mezclada entre el bosque y las cumbres lo sigue. Se esfuerza por seguir ignorandola. Caza un pequeño ser. Lo lleva al hogar. Lo cocina y se lo come. Sabe a la presencia. Se duerme aun sin mirar.
Sueña. Sueña con la presencia. Pero no se atreve a mirarla ni en sueños. Sueña una ceguera, una falta de sentidos purificadora, que lo lleva a un extasis pacífico.
Pasan meses años y días. Envejece. Su humor envejece, y tambien su piel y sus ojos.
Su cerebro se arruga. Pero la presencia no. No la olvida. No puede olvidarla. Está ahí. La sigue oliendo al igual que todos los otros días. Se cansa. Pero teme. Tantos años de forzarse, hacen que tema. Y no mira.
Días pasan. No meses, no hace falta tanto. La ira se gesta en él. Más el miedo seguirá impidiendolo. Pero la ira está. En su soledad y angustia, encuentra una guía: su furia. Esta le enseña y lo nutre. Lo prepara. Sientiendo la presencia sobre sí, prepara sus armas, desarrolla sus armaduras. Cuando al fin se siente listo, toma su arma fuerte por la empuñadura, se aprieta su protección, y se da vuelta. Luego de toda una vida, enfrenta a la presencia, le da la cara, busca mirarla a los ojos. Pero no hay nada. No hay nada que pueda ver, o tocar u oler. Está solo. Está solo en la jungla. No hay nadie más que él. Y entiende.

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